"Leo en la prensa el debate sobre la ubicación del centro de residuos nucleares, y de que Castilla y León está a la cabeza de poblaciones que pujan por la misma. Es triste que seamos líderes en temas como este."
Este centro no tiene nada que ver con el que se encuentra en El Cabril (Córdoba) que es un cementerio para residuos de baja intensidad, es decir, para los no introducidos en este mundo, aquellos materiales que pueden tener radiación porque han estado en contacto o cerca de una fuente que la emita. Guantes, monos de trabajo, herramientas ya inservibles,... son algunos de los materiales que van a este almacén. Su peligrosidad más que baja es nula. Sin embargo lo que se promueve ahora es un almacén para los resíduos realmente activos (alta intensidad), que generan radiación. España busca desde hace muchos años un lugar para los mismos, es un problema incómodo, nadie los quiere, pero necesitan ser almacenados. Un problema al que hay que dar solución que no podrá ser nunca la ideal (la desaparición o eliminación de los mismos).
El progreso es lo que tiene, una serie de ventajas que siempre llevan como compañeras de camino un saco de desventajas, grande o pequeño, incómodo o prácticamente invisible. Las centrales nucleares, en cuestiones de generación de electricidad no tienen competencia pero su saco de inconvenientes no pasa desapercibido. Tanto los detractores como los defensores de este tipo de generación eléctrica argumentan con estudios contrapuestos, defensores de su verdad. La realidad es que las centrales existen, son beneficiosas y que en su entorno ciertos tipos de cáncer tienen mayor incidencia que en otras poblaciones sin que se hayan realizado los estudios epidemiológicos que confirmen las causas de estos aumentos. No se ha demostrado científicamente la relación causa efecto. Las poblaciones también son conocedoras de otra de las consecuencias, esta vez sí demostradas, de la energía nuclear, la inyección económica a la comarca que las acoge.
Personalmente valoro tanto las ventajas como los inconvenientes al igual que en otros muchos asuntos, quiero tener cobertura en mí móvil pero no una antena cerca, quiero fiestas en mi barrio pero no que la orquesta termine de tocar a las dos de la mañana debajo de mi casa, quiero energía nuclear pero sin ninguno de sus riesgos y problemas. Si fuera un habitante de alguno de estos pueblos de los que se presentan, me negaría en rotundo a que mi localidad fuera conocida por el vertedero nuclear, a sufrir posibles o probables problemas de salud o a estar preocupado por ello, a que el patrimonio del que me siento orgulloso como es la iglesia quede eclipsada por un "monumento" de nuestra era que carece de interés artístico.
Sin embargo, si yo fuera el alcalde de ese pueblo quizá ( y reitero quizá), apoyaría su instalación en mi localidad, trabajo y dinero para un pueblo que se muere como otros muchos de la región, que cada día pierde una oportunidad, un joven, que emigra para no volver porque no hay futuro ni perspectivas de haberlo, cuyos hijos ya no nacerán aquí, con las casas que se caen y ya no se arreglan. Un pueblo que grita por su supervivencia desde hace mucho tiempo y al que nadie le ayuda, que se ha desangrado a lo largo de las décadas y al que no se le curan las heridas, un pueblo que ya no confía en sus dirigentes regionales porque en más de veinte años no han sabido responder a las llamadas de auxilio por parte de los naúfragos en este mar castellano y leonés. Y como alcalde de ese pueblo, elegido por los vecinos que depositan en mí su confianza en mi buen hacer y cordura, paseando por mis calles, donde las únicas risas que se oyen ya sólo proceden de los televisores a todo volumen que se escuchan en las calurosas tardes de verano, pienso, mi pueblo desaparece, muere irremediablemente y lo que nos hace falta es un milagro. El clavo ardiendo existe, se anuncia de forma más atractiva que la "Semana fantástica de El Corte Inglés", y nos vamos a agarrar a él con las pocas fuerzas que nos quedan. No quiero ver desaparecer mi pueblo, mi cultura, mis fiestas, la casa donde me crié o los campos que labró mi padre. No quiero un centro de residuos nucleares en mi pueblo y no quiero verlo desaparecer en el olvido, es una operación a vida o muerte, una decisión que no parte desde el convencimiento y sí desde la desesperación, una decisión que es libre en la medida que al naufrago le llega el agua al cuello. Un pueblo que es un pueblo cualquiera, mi pueblo de Castilla y León.
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